En EE.UU., la disponibilidad de combustible a bajo precio, las largas distancias y las carreteras anchas hicieron preferibles los automóviles de grandes dimensiones, con cilindradas elevadas (4.000-5.000 ce, con máximos de más de 8.000 ce). Tan sólo en los años sesenta se empezó a sentir la necesidad de automóviles más manejables y pequeños, destinados preferentemente a usos urbanos, por lo cual la industria estadounidense comenzó a situar, junto a la producción tradicional, una serie discreta de automóviles compactos, de cilindradas entre 1.500 y 2.500 ce, para hacer frente a la importación de pequeños automóviles extranjeros.
En Europa, el coste del combustible, las carreteras estrechas, las distancias más reducidas y los centros históricos inadecuados al tráfico, el nivel de vida más bajo y, a veces, sistemas fiscales que se basan en la cilindrada, han hecho preferibles los automóviles de cilindrada inferior a la de los norteamericanos. Como consecuencia, sus prestaciones se han mejorado con el aumento de la potencia específica, es decir, la potencia obtenida por cada litro de cilindrada.
Tras un período de extraordinaria difusión de los coches de cilindradas muy pequeñas, al ir mejorando las condiciones económicas, se registró, a finales de los años sesenta, una tendencia hacia dimensiones más elevadas; la cilindrada de los utilitarios se acercó a los 1.000 ce, la de los coches medios quedó entre 1.000 y 2.000 ce, mientras que para los automóviles de gran cilindrada se tiende a permanecer por debajo de los 3.500 ce, exceptuando casos particulares, como Rolls Royce, Bentley y Mercedes (hasta 7.000 ce) y coches deportivos de lujo (hasta 5.000 y 6.000 ce).