La cilindrada total, que suele designarse simplemente con el término cilindrada, es el producto de multiplicar la *cilin-drada unitaria por el número de cilindros; es decir, corresponde al volumen barrido por los pistones durante su carrera entre el punto muerto superior y el punto muerto inferior. Generalmente, se mide en centímetros cúbicos o en litros.
De la cilindrada depende directamente la potencia del motor, que puede expresarse por medio de la fórmula: N = pme x Vxn 22.500 x 2
donde: pme, es la presión media efectiva en los cilindros en kg/cm2; V, la cilindrada total en centímetros cúbicos; n, el número de revoluciones por minuto, y z, el número de tiempos del ciclo (2 ó 4).
A partir de esta relación, debe observarse que la potencia pueda incrementarse, además de con un aumento de la cilindrada total V, también con el incremento de pme y de n. Sin embargo, ha de decirse que con el aumento de la cilindrada pueden presentarse diversos inconvenientes, que lleguen a conducir a una disminución de la pme y a una limitación del número máximo de revoluciones por minuto. Por ello, el aumento de la potencia no es proporcional al de la cilindrada.
Los criterios de elección de la magnitud de la cilindrada han experimentado una considerable evolución durante la historia del automóvil. Los primeros coches poseían cilindradas reducidas y potencias muy bajas, pero ya a principios de este siglo comenzó a manifestarse la tendencia por conseguir prestaciones superiores, por medio de la única vía entonces posible: el aumento de la cilindrada. Así se llegó a la realización de automóviles de turismo con motores de más de 9.000 ce.
Pronto fue posible alcanzar potencias elevadas con la mejora de los rendimientos y aumentando el número de revoluciones por minuto. Aunque la carrera hacia las grandes cilindradas se detuvo, posiblemente porque el mercado del automóvil se iba extendiendo y parecía conveniente fabricar automóviles medios que pudiesen ser adquiridos por mayor número de personas.