Elemento al que se confía la función de crear las fuerzas de rozamiento necesarias para el funcionamiento del embrague, de los frenos y de las bandas de fricción de las transmisiones automáticas.
Los forros de rozamiento deben resistir muy bien el calor generado durante el funcionamiento, por lo que se construyen con un material a base de amianto, reforzado generalmente con virutas metálicas de latón o de cinc que, además de conferir una mayor resistencia mecánica, aumentan la conductibilidad térmica.
Las fibras se unen con aglomerantes a base de caucho natural o de resinas poliméricas artificiales, que le confieren, entre otras características, la plasticidad necesaria para una buena adaptación a la superficie metálica de trabajo.
Los forros de rozamiento de los frenos son solicitados con más frecuencia y durante más tiempo que los demás forros. Unas condiciones de trabajo especialmente más duras pueden poner de manifiesto un defecto estructural del material de rozamiento que da lugar al *fading: a temperaturas elevadas los componentes gaseosos de las resinas (hidrógeno y oxígeno), seguidos por el carbón, se volatilizan, razón por la cual la superficie de rozamiento queda constituida por el amianto, con la consiguiente disminución de la eficacia de frenado del forro. El nivel original de rozamiento puede establecerse con algún frenado, de manera que también el amianto superficial sea eliminado, descubriendo la capa inferior de material que posee aún las propiedades originales.
Los forros de rozamiento son remachados o encolados sobre metales; otras veces su superficie de trabajo posee acanaladuras para eliminar los desechos, que podrían impedir la perfecta adherencia de las superficies metálicas contrapuestas.