Es un proceso químico por el que algunas substancias se transforman, adquiriendo características ácidas.
En los automóviles, los procesos de acidificación son numerosos y todos indeseados. Las substancias que experimentan alteraciones acidas son: aceites lubricantes, carburantes tras la combustión, grasas, anticongelantes, etc. El efecto de dicha alteración se manifiesta en forma de corrosión de los materiales en contacto con las substancias acidificadas. Este es el caso de casi todos los metales, que demuestran ser más vulnerables que otras substancias, como, por ejemplo, los plásticos. Algunos procesos de acidificación son la consecuencia del ataque químico por parte del oxígeno del aire.
Un ejemplo típico de acidificación está representado por la oxidación que experimentan los lubricantes por efecto de la temperatura y de la presencia de aire y humedad, inevitable en los cárteres de los motores. Los lubricantes de base vegetal o animal poseen mayor tendencia a acidificarse respecto a los de base mineral o sintética. La presencia de metales, como plomo, cobre o hierro, acelera el proceso de acidificación al actuar como catalizadores. El empleo de aditivos antioxidantes es, por tanto, necesario en los lubricantes para prevenir la acción corrosiva de los ácidos.
Otro ejemplo de acidificación se debe a la presencia, en las gasolinas, de compuestos que contienen cloro, bromo, azufre y fósforo. En efecto, tras la combustión, estos compuestos llevan inevitablemente a la formación de productos ácidos que, a través de los aros, pasan al cárter, acidificando el aceite. El empleo de aditivos detergentes y dispersantes posee la función de disminuir las consecuencias negativas de este fenómeno.