Es la modificación del perfil de las superficies de fricción, como por ejemplo el cilindro y el pistón, durante el período de vida del motor. Todas las piezas que se montan en un automóvil tienen un acabado superficial con determinada rugosidad, derivada directamente de la última mecanización a la cual se han sometido las piezas. Durante el funcionamiento, debido a las presiones y los rozamientos desarrollados, los perfiles de la superficie experimentan aplastamiento y desgaste limitados, pero muy importantes con vistas a la duración y lubricación de la pieza. Con el rodaje desaparecen las señales dejadas por la mecanización, y el contacto entre las dos piezas se produce sobre una superficie mucho más grande y sin crestas, asegurando de este modo una menor presión específica y, por tanto, temperaturas más bajas. Esto explica por qué durante el rodaje las velocidades y las cargas exigidas al motor no pueden superar ciertos límites, por el peligro de alcanzar presiones y temperaturas locales elevadas que puedan deformar las superficies y comprometer la duración de la pieza.